Cuando
tenía once o doce años, empecé a desarrollar un interés en el diseño de la moda. Si se pudieran ver todos mis papeles y
ensayos de la escuela secundaria y la universidad ahora, se verían dibujos incontables
de las mujeres en unos vestidos de mi propio diseño. Yo investigaba a todos los diseñadores y
trataba de aprender sus nombres y estilos de memoria y emparejarlos desde sus
anuncios en las revistas. En el colegio,
empecé las clases de coser e hice prendas para unos desfiles de moda de estudiantes
que pasaron en Pittsburgh. Fueron muy
divertidos, y mis habilidades de crear la ropa mejoraron. Por fin, tuve una colección de fotos de
dibujos y vestidos para mis solitudes de las universidades, y fui aceptada a mi
programa favorito de desfile de moda, en Cornell.
Un
día, durante la semana de exámenes finales en Cornell, estaba en mi cuarto,
tratando de estudiar para lo que parecía el decimoquinto examen esa
semana. Era mi tercer semestre en
Cornell ya, y mi tercera serie de exámenes finales y proyectos grandes de
diseño. Es posible que estuviera un poco
loca a esa hora, después de dos o tres exámenes, pero no recuerdo exactamente
en lo que estaba pensando. Solamente sé
que estaba demasiado agitada para sentarme quietamente decidí correr afuera por
algún tiempo. Sin embargo, Cornell está
en Ithaca, Nueva York. En diciembre, el
clima está más o menos horrible todo el tiempo y aproximadamente mil grados
bajo cero. Pero me fui del dormitorio,
emocionada por el aire tonificante, con guantes y sombrero para alguna
protección.
Afuera,
estaba bellísimo. Había pasado suficiente
tiempo desde la última nieve y los senderos estaban limpiados para correr
fácilmente, pero la nieve en el césped todavía estaba blanca pura, sin manchas
del lodo o los humos de los autos. Corrí
por el aire frío por triente minutos, y terminé al lado de un desfiladero
cerca de mi dormitorio. Eran casi las cinco de la tarde, y la puesta
del sol estaba allanando rápidamente.
Con las endorfinas fluyendo, escuché el agua en movimiento y estiré mis
músculos.
Entonces,
me paré. Lo supe. Era tan claro como el agua que estaba
chorreando en el desfiladero. No quería
ser una diseñadora. Odiaba el trabajo en
el estudio. No era feliz, no me gustaban
mis clases y quería estudiar algo académico.
Quería leer libros y estudiar en la biblioteca con mis amigos. Todavía me gustaba la idea de ser una
diseñadora, pero sabía que quería experimentar los años de universidad en la
manera “normal,” y después, quizás, pudiera podía la moda. Quería ser una estudiante y tomar clases
difíciles sin razón específica y lo más importante―quería escribir. Quería escribir a pesar de que sabía que no
era un trabajo estable; quería escribir aunque no supiera que tenía una novela
en mí o no. Quería escribir porque
siempre había querido escribir, solamente no podía confesarlo.
Cambié
mi especialidad esa semana a inglés. Tuve
que correr todo el camino al cuarto de mi amiga para decirle mi decisión porque
si no le decía a alguien, iba a cambiar de pensar otra vez. No me gusta el cambio mucho y odio lo
desconocido. Me gustan los planes y las cosas
ciertas y lógicas, pero ahora, no tengo ningún plan especifico para mi carrera
después de la universidad y estoy bien.
Me encanta escribir y leer y recibir créditos por estas cosas en la universidad. No me di cuenta de que tenía un conflicto de
intereses en mi vida hasta que la solución del conflicto llegó a ser
innegable. Quizás habría sido mejor si
hubiera descubierto mis deseos más pronto, pero todavía tengo tiempo. He tomado un giro hacia lo desconocido, y ha
valido el riesgo hasta ahora.
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